miércoles, 19 de mayo de 2010

Las cartas de la muñeca

“Todas las tardes, Kafka sale a dar un paseo por el parque. La mayoría de las veces, Dora lo acompaña. Un día, se encuentran con una niña pequeña que está llorando a lágrima viva.


Kafka le pregunta qué le ocurre, y ella contesta que ha perdido su muñeca. Él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. “Tu muñeca ha salido de viaje”, le dice. “¿Y tú cómo lo sabes?”, le pregunta la niña. “Porque me ha escrito una carta”, responde Kafka. La niña parece recelosa. “¿Tienes ahí la carta?”, pregunta ella. “No, lo siento”, dice él, “me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.” Es tan persuasivo, que la niña ya no sabe qué pensar. ¿Es posible que ese hombre misterioso esté diciendo la verdad?


Kafka vuelve inmediatamente a casa para escribir la carta. Se sienta frente al escritorio y Dora, que ve como se concentra en la tarea, observa la misma gravedad y tensión que cuando compone su propia obra. No es cuestión de defraudar a la niña. La situación requiere un verdadero trabajo literario, y está resuelto a hacerlo como es debido. Si se le ocurre una mentira bonita y convincente, podrá sustituir la muñeca perdida por una realidad diferente; falsa, quizá, pero verdadera en cierto modo y verosímil según las leyes de la ficción.


Al día siguiente, Kafka vuelve apresuradamente al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no sabe leer, él se la lee en voz alta. La muñeca lo lamenta mucho, pero está harta de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesita salir y ver mundo, hacer nuevos amigos. No es que no quiera a la niña, pero le hace falta un cambio de aires, y por tanto deben separarse durante una temporada. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades.


Ahí es donde la historia empieza a llegarme al alma. Ya es increíble que Kafka se tomara la molestia de escribir aquella primera carta, pero ahora se compromete a escribir otra cada día, única y exclusivamente para consolar a la niña, que resulta ser una completa desconocida para él, una criatura que se encuentra casualmente una tarde en el parque. ¿Qué clase de persona hace una cosa así? Y cumple su compromiso durante tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los escritores más geniales que han existido jamás sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida. Dora dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka fue diariamente al parque a leer otra carta a la niña. La muñeca crece, va al colegio, conoce a otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. Procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. Describe al joven del que se enamora, la fiesta de pedida, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca vive ahora con su marido. Y entonces, en la última línea, la muñeca se despide de su antigua y querida amiga.


Para entonces, claro está, la niña ya no echa de menos a la muñeca. Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.”
Paul Auster, fragmento de "Brooklyn Follies"

lunes, 10 de mayo de 2010

El rostro de la muerte

"Pero yo no miraba a la Queca ni la actitud absurda que formaban piernas y brazos incrustándose en el aire desaprensivo de la habitación; no miraba el cuerpo frío de una mujer abusado por hombres y mujeres, por certidumbres y mentiras, las necesidades, los estilos fraguados y espontáneos de la incomprensión; no miraba su rostro clausurado, sino el de la muerte insomne, activo, que señalaba el absurdo con dos cuadrados dientes frontales y lo aludía con el mentón caído en la búsqueda de un monosílabo impronunciable. Y el cuerpo era el de la muerte, intrépido, encendido de fe, manteniendo el obvio escorzo de las revelaciones. Muerta, convertida en la muerte, la Queca había regresado para atravesarse en la cama, doblar una rodilla, tomarse y apartar los pechos. No sonreía porque había sido expulsada sin sonrisas; diestra, guiada ya por una larga costumbre, acomodaba cada parte de su cuerpo a la posición que le fuera asignada, podía reposar en la actitud impuesta. Estaba tranquila y afable, de vuelta de su excursión a una comarca construida con el revés de las preguntas, con las insinuaciones de lo cotidiano. Muerta y de regreso de la muerte, dura y fría como una verdad prematura, absteniéndose de vociferar sus experiencias, sus fracasos, los tesoros conquistados."

Juan Carlos Onetti, fragmento de "La vida breve".

El diccionario del diablo.

El perfecto manual de la incorrección política. Escrito hace más de un siglo atrás por Ambrose Bierce, el "gringo viejo", sus definiciones siguen tan vigentes como siempre.

Abstemio, s. Persona de carácter débil, que cede a la tentación de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de todo, menos de la abstención; en especial, se abstiene de no meterse en los asuntos ajenos.

Aburrido, adj. Dícese del que habla cuando uno quiere que escuche

Altar, s. Sitio donde antiguamente el sacerdote arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificial y cocinaba su carne para los dioses. En la actualidad, el término se usa raramente, salvo para aludir al sacrificio de su tranquilidad y su libertad que realizan dos tontos de sexo opuesto.

Antiamericano, adj. Perverso, intolerable, pagano.

Baco, s. Cómoda deidad inventada por los antiguos como excusa para emborracharse.

Belladona, s. En italiano, hermosa mujer; en inglés, veneno mortal. Notable ejemplo de la identidad esencial de ambos idiomas.

Bruto, s. Ver Marido.

Cañón, s. Instrumento usado en la rectificación de las fronteras.

Celoso, adj. Indebidamente preocupado por conservar lo que sólo se puede perder cuando no vale la pena conservarlo.

Cerradura, s. Divisa de la civilización y el progreso.

Cínico, s. Miserable cuya defectuosa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.

Cristiano, s. El que cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiración divina que responde admirablemente a las necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado.

Dentista, s. Prestidigitador que nos pone una clase de metal en la boca y nos saca otra clase de metal del bolsillo.

Difamar, v. t. Decir mentiras sobre otro. Decir verdades sobre otro.

Distancia, s. Único bien que los ricos permiten conservar a los pobres.

Egoísta, s. Persona de mal gusto, que se interesa más en sí mismo que en mí.

Fe, s. Creencia sin pruebas en lo que alguien nos dice sin fundamento sobre cosas sin paralelo.

Historia, s. Relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios.

Hombre, s. Animal tan sumergido en la extática contemplación de lo que cree ser, que olvida lo que indudablemente debería ser. Su principal ocupación es el exterminio de otros animales y de su propia especie que, a pesar de eso, se multiplica con tanta rapidez que ha infestado todo el mundo habitable, además del Canadá.

Ignorante, s. Persona desprovista de ciertos conocimientos que usted posee, y sabedora de otras cosas que usted ignora.

Inmigrante, s. Persona inculta que piensa que un país es mejor que otro.

Inmoral, adj. Impráctico. Todo lo que resulta poco práctico para los hombres, llega a ser considerado perverso e inmoral. Si las nociones humanas del bien y del mal tuvieran otra base que la utilidad; si se originaran, o pudieran originarse, de otro modo; si las acciones tuvieran en sí mismas un carácter moral independiente de sus consecuencias; entonces toda la filosofía sería una mentira, y la razón una enfermedad de la mente.

Ladrón, s. Comerciante candoroso. Se cuenta de Voltaire que una noche se alojó, con algunos compañeros de viaje, en una posada del camino. Después de cenar, empezaron a contar historias de ladrones. Cuando le llegó el turno a Voltaire dijo:--Hubo una vez un Recaudador General de Impuestos --y se calló. Como los demás lo alentaron a proseguir, añadió:--Ese es el cuento.

Ligas, s. Bandas elásticas destinadas a impedir que una mujer salga de sus medias y devaste el país.

Mano, s. Instrumento singular que se usa al extremo de un brazo humano, y que por lo general se encuentra metida en un bolsillo ajeno.

Matrimonio, s. Condición o estado de una comunidad formada por un amo, un ama y dos esclavos, todos los cuales suman dos.

Occidente, s. Parte del mundo situada al oeste (o al este) de Oriente. Está habitada principalmente por Cristianos, poderosa subtribu de los Hipócritas, cuyas principales industrias son el asesinato y la estafa, que disfrazan con los nombres de "guerra" y "comercio". Esas son también las principales industrias de Oriente.

Océano, s. Extensión acuática que ocupa dos tercios del mundo hecho para el hombre, que casualmente carece de branquias.

Palacio, s. Residencia bella y costosa, particularmente la de un gran funcionario. La residencia de un alto dignatario de la Iglesia se llama palacio; la del fundador de su religión se llamaba pajar o pesebre. El progreso existe.

Patriota, s. El que considera superiores los intereses de la parte a los intereses del todo. Juguete de políticos e instrumento de conquistadores.

Piano, s. Utensilio de salón para domar al visitante impenitente.
Se hace funcionar deprimiendo las teclas y el espíritu de los oyentes.

Plomo, s. Metal pesado, de color gris azulado, que se usa mucho para dar estabilidad a los amantes livianos, particularmente a los que aman mujeres ajenas. El plomo es también muy útil como contrapeso de un argumento tan sólido que inclina la balanza de la discusión hacia el lado del adversario. Un hecho interesante en la química de la controversia internacional, es que en el punto de contacto de dos patriotismos, el plomo se precipita en grandes cantidades.

Policía, s. Fuerza armada destinada a asegurar la protección al expolio.

Ruido, s. Olor nauseabundo en el oído. Música no domesticada. Principal producto y testimonio probatorio de la civilización.

Tsétsé, mosca, s. Insecto africano (Glossina morsitans) cuya mordedura es considerada el remedio más eficaz contra el insomnio, aunque algunos pacientes prefieren ser mordidos por un novelista norteamericano (Mendax interminabilis

Tumulto, s. Entretenimiento popular ofrecido a los militares por espectadores inocentes.

Vidente, s. Persona, por lo general mujer, que tiene la facultad de ver lo que resulta invisible para su cliente: o sea, que es un tonto.

Voto, s. Instrumento y símbolo de la facultad del hombre libre de hacer de si mismo un tonto y de su país una ruina.

Meditaciones

Para descansar se buscan las apacibles soledades del campo, las orillas del mar o las serenas montañas. Tú también deseas esto ardientemente y con frecuencia. Y, sin embargo, todo esto no es sino prueba de vulgaridad de espíritu, ya que en cualquier momento que elijamos podemos buscar un retiro incomparable dentro de nosotros mismos.
En ninguna parte, en efecto, puede hallar el hombre un retiro tan apacible y tranquilo como en la intimidad de su alma, sobre todo si posee esos dones preciosos que, por sí solos, constituyen la libertad del alma, y entendiendo por libertad del alma el estado de un alma en que todo está perfectamente ordenado. Goza, pues, sin cesar de esta soledad y recobra en ella nuevas fuerzas.
También encontrarás pensamientos breves y fundamentales que, cuando se presenten a tu memoria, disiparán en seguida tus inquietudes y te darán ánimos para soportar sin indignación y contrarrestar todo lo que te salga al paso. En consecuencia, ¿de qué te indignas? ¿De la maldad de los hombres, acaso? Tranquilízate, pues, y ten presente que todos los seres racionales han sido creados para soportarse y convivir unos con otros, que esta paciencia forma parte de la justicia y que sus faltas son involuntarias.
Recuerda también que los que pasaron su vida en enemistades, sospechas, odios y querellas hoy ya están en la tumba reducidos a cenizas. Esto te ayudará a adquirir la necesaria calma.
Pero ¿es que, quizá, te hallas descontento con la parte que te haya correspondido en la repartición de los destinos? Si es así, ten en cuenta que el mundo o es la obra de una Providencia o una reunión fortuita de átomos, y en esta alternativa se te ha indicado claramente que es como una verdadera ciudad.
¿Te ves importunado, en todo caso, por las sensaciones del cuerpo? Piensa que nuestro entendimiento no toma parte alguna en las impresiones agradables o dolorosas que el alma sensitiva experimenta, acaso porque, encerrado dentro de sí mismo, solo reconoce sus propias fuerzas. Recuerda también todo lo que te han enseñado acerca del placer y del dolor, y no olvides que has aceptado esta doctrina.
¿Será que te atormenta el deseo de la vanagloria? Si es así, considera la rapidez con que cae en el olvido todo lo de este mundo, el inmenso abismo de la eternidad que te ha precedido y que te seguirá, la vanidad de las glorias humanas, la inestabilidad de las cosas, el favor inestable del vulgo, su carencia de discernimiento y, en fin, el estrecho espacio en que se halla circunscrita la fama. La tierra, por sí sola, no es más que un punto en el espacio y un rincón habitado insignificante; ahora bien: ¿por cuántos
y por qué clase de individuos serás recordado en este mísero rincón?
Para terminar, acuérdate, pues, de buscar un retiro en el fondo de tu corazón, y, sobre todo, no te desanimes; huye de la obstinación inconsiderada y permanece libre.
Considera todas las cosas con una firmeza varonil, como hombre, como ciudadano, como un ser destinado a morir. Y cuando examines interiormente tus principios morales, observa, en primer lugar, que los objetos que no se relacionan con el alma permanecen inmóviles, y que sus perturbaciones provienen solo de la opinión que se ha formado dentro de sí misma, y en segundo lugar, que todo lo que ves ahora ha de cambiar de un
momento a otro y será reducido más tarde a la nada. ¡No lo olvides nunca! El mundo no es más que una transformación, y la vida, una opinión.

Fragmento de las "Meditaciones" de Marco Aurelio.

Horóscopo

Aries
Este mes los astros no ejercerán ningún tipo de influencia sobre usted. Siéntase libre de hacer lo que quiera, y como quiera.

Tauro
Habrá importantes novedades en el amor, pero usted no estará al tanto de ellas. En todo caso, pregunte al diariero o a la señora de la panadería. Ellos podrán pasarle algún chisme.

Géminis
La lectura de un horóscopo tendencioso y redactado por astrólogos inexperientes y sin escrúpulos le acarreará numerosas dificultades.

Cáncer
Estás demasiado receptivo en relación con los demás. Tu receptividad no se ajusta a la medida de la situación. No creas que te van a dar tanto.

Leo
Mercurio entra en un signo hostil. Evite mezclar amor con dinero, salvo, naturalmente, que ésa sea su forma de ganarse la vida.

Virgo
Se presentarán nuevos miembros en la familia, ya sea por nacimientos, casamientos, o simple generación espontánea de primos, tías o cuñados.

Libra
Se ha adentrado usted en un otoño benévolo al que seguirá un crudo invierno para el que conviene prepararse desde ya. Consuma vitamina C.

Sagitario
Usted vive en el hemisferio sur, y desde ahí no tiene posibilidades de ver la Osa Mayor, que es su constelación de la suerte. Venda todo y emigre, o cómprese un osito de peluche.

Escorpio
El tiempo no pasa para usted. Sus actividades son rutinarias y consisten en interminables ciclos monótonos y reiterativos. Si quiere saber más, consulte el horóscopo de la semana pasada o el de la anterior.

Capricornio
Si te cuidas adecuadamente y evitas los excesos tanto en la comida como en el sueño y en cualquier otra actividad física, tendrás una semana signada por un excelente estado de salud. Mucho mejor que el de la semana que viene.

Acuario
Alcanzará grandes metas, y cuando las haya alcanzado ya no sabrá qué hacer. Es una lástima que no haya pensado en esto antes.

Piscis
Se presentarán algunas dificultades económicas y para sobrellevarlas usted no tendrá más remedio que convertirse en informante de la policía. Sin embargo, no permita que su desesperación lo/a ponga en desventaja. No acepte ciegamente la primera oferta. La información que usted tiene es de gran importancia, así que... hágala valer.

Leo Masliah.

Instrucciones para subir una escalera

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

Julio Cortázar, fragmento de "Historias de cronopios y de famas"

Palabras del jefe Seattle

Originalmente publicado en el periódico Seattle Sunday Star, el 29 de octubre de 1887.

El texto fue escrito por un "Dr." Smith, quien tomó notas a medida que el Jefe Seattle hablaba en el dialecto Suquamish de Salish de Pudget Sound central (Lushootseed), y creó este texto en Inglés de dichas notas. Smith insistía que su versión "no contenía la gracia y elegancia del original."

En la época de este discurso, era común la creencia entre los blancos lo mismo que entre muchos amerindios, que los americanos nativos se extinguirían.


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He allí el cielo que ha llorado lágrimas de compasión sobre mi pueblo durante incontables siglos y que, aunque nos pueda parecer inmutable y eterno, puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.

Mis palabras son como las estrellas que nunca cambian. Cualquier cosa que diga Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como él pueda confiar en el regreso del sol o de las estaciones.

El jefe blanco dice que el Gran Jefe en Washington nos envía saludos de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus gentes. Son como la hierba que cubre vastas praderas. Mi gente es poca. Se asemejan a los pocos árboles que se encuentran esparcidos en una pradera azotada por una tormenta. El gran, y presumo – buen, Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra tierra pero que, al mismo tiempo, nos deja suficiente para que vivamos confortablemente. Verdaderamente esto parece ser justo, y aún generoso, ya que el Hombre Rojo no tiene más derechos que él necesite respetar, y la oferta también parece ser sabia ya que no necesitamos más un territorio extenso.

Hubo un tiempo en el que nuestra gente cubría la tierra como las olas en un mar encrespado por el viento cubren el fondo cubierto de conchas, pero ese tiempo hace mucho que desapareció junto con la grandeza de las tribus que ahora son apenas un recuerdo doloroso. No trataré el tema, ni lloraré sobre eso, de nuestra desaparición a tiempo, ni voy a reprochar mis hermanos cara pálida con haberla acelerado, porque también nosotros somos en algo responsables de ella.

La juventud es impulsiva. Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia real o imaginaria, y se desfiguran sus caras con pintura negra, denotan que sus corazones son negros, y que con frecuencia son crueles e implacables, y nuestros viejos y viejas son incapaces de moderarlos. Así siempre ha sido. Así fue cuando el hombre blanco empezó a empujar a nuestros antepasados hacia el oeste. Pero esperemos que nunca regresen las hostilidades entre nosotros. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes consideran como ganancia a la venganza, aún al costo de sus propias vidas, pero los viejos que permanecen en casa en momentos de guerra, y las madres que tienen hijos que perder, saben que no es así.

Nuestro buen padre en Washington—ya que presumo que ahora es nuestro padre al igual que suyo, ya que el Rey George ha movido sus fronteras más hacia el norte—nuestro gran y buen padre, digo, nos envía el mensaje de que si hacemos como él desea, él nos protegerá. Sus bravos guerreros serán para nosotros como una erizada pared de fortaleza, y sus maravillosos barcos de guerra llenarán nuestros puertos, para que nuestros antiguos enemigos más al norte—los Haidas y Tsimshians -- cesen de asustar a nuestras mujeres, niños, y viejos. Realmente él será nuestro padre y nosotros sus hijos.

Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? ¡Su Dios no es nuestro Dios! ¡Su Dios ama a su gente y odia a la mía! Él pliega amorosamente sus fuertes brazos protectores alrededor del cara pálida y lo conduce por la mano como un padre conduce a un hijo infante. Pero, Él ha desamparado a Sus hijos Rojos, si realmente son Suyos. Nuestro Dios, el Gran Espíritu, parece que también nos ha abandonado. Su Dios hace que su gente se haga más fuerte cada día. Pronto ellos llenarán todas las tierras.

Nuestro pueblo está menguando como una marea que retrocede rápidamente y que nunca regresará. El Dios del hombre blanco no puede amar a nuestra gente o Él los hubiera protegido. Ellos parecen huérfanos que no tienen donde buscar ayuda. ¿Cómo, entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede su Dios llegar a ser nuestro Dios y renovar nuestra prosperidad y despertar en nosotros sueños de una grandeza que regresa? Si tenemos un Padre Celestial común, Él debe estar parcializado, porque Él vino hacia Sus hijos cara pálida.

Nosotros nunca lo Vimos. Él les dió leyes pero no tuvo palabras para Sus niños rojos cuyas prolíficas multitudes una vez llenaban este vasto continente como las estrellas llenan el firmamento. No; somos dos razas diferentes con orígenes diferentes y destinos separados. Hay muy poco en común entre nosotros.

Para nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas y su lugar de reposo es terreno reverenciado. Ustedes se alejan de las tumbas de sus antepasados y aparentemente sin pena. Su religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de su Dios para que así ustedes no pudieran olvidar.

El Hombre Rojo nunca podría comprender o recordarlo. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados – los sueños de nuestros hombres viejos, dados en las horas solemnes de la noche por el Gran Espíritu; y las visiones de nuestros jefes, y está escrita en los corazones de nuestra gente.

Sus muertos dejan de amarlos y la tierra natal tan pronto como traspasan los portales de la tumba y vagan más allá de las estrellas. Ellos pronto son olvidados y nunca regresan.

Nuestros muertos nunca olvidan este hermoso mundo que les dió vida. Ellos todavía aman a sus verdes valles, sus rumorosos ríos, sus magníficas montañas, sus apartadas cañadas y lagos y bahías bordeados de verde, y siempre suspiran con un tierno y cariñoso afecto por los seres vivos de corazones solitarios, y con frecuencia regresan del feliz coto de caza para visitarlos, guiarlos, consolarlos, y confortarlos.

Día y noche no pueden convivir. El Hombre Rojo siempre ha rehuido los acercamientos del Hombre Blanco, como la neblina matutina huye antes que aparezca el sol de la mañana. Sin embargo, su proposición parece justa y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la reservación que usted le ofrece. Entonces, viviremos separados en paz, ya que las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente desde la densa oscuridad.

Importa poco donde pasemos el resto de nuestro días. No serán muchos. La noche del Indio promete ser oscura. Ni siquiera una simple estrella revolotea en su horizonte. Vientos de voz triste se lamentan en la distancia. Un triste destino parece estar en el camino del Hombre Rojo, y donde quiera escuchará los pasos que se aproximan de su cruel destructor y se prepara impasiblemente a enfrentar su destino, como hace el antílope herido que escucha los próximos pasos del cazador.

Una pocas lunas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los descendientes de los poderosos espíritus que alguna vez se movían por esta amplia tierra o vivían en hogares felices, protegidos por el Gran Espíritu, permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una vez fue más poderoso y con más esperanzas que el suyo.

Pero, ¿por qué debo llorar sobre el destino a destiempo de mi pueblo? Tribus siguen a tribus, y naciones siguen a naciones, como las olas del mar. Es el órden de la naturaleza, y lamentarse es inútil. Su momento de decadencia puede estar distante, pero seguramente llegará, porque aún el Hombre Blanco cuyo Dios caminó y habló con él como un amigo a otro, no puede estar exonerado del destino común. Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.

Estudiaremos su proposición y cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. Pero, si la aceptamos, yo aquí y ahora pongo esta condición, que no se nos niegue el privilegio, sin molestarnos, de visitar en cualquier momento las tumbas de nuestros ancestros, amigos, e hijos. Cada parte de este suelo es sagrado en la consideración de mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada pradera y huerto, ha sido consagrada por algún triste o feliz evento en días hace tiempo desaparecidos.

Aún las rocas, que parecen ser mudas y muertas ya que se tuestan en sol a lo largo de la costa silenciosa, están llenas con las memorias de eventos excitantes conectados con las vidas de mi gente, y el mismo polvo sobre el cual ustedes se encuentran responde con más amor a nuestras pisadas que a las suyas, debido a que ha sido enriquecido por la sangre de nuestros antepasados, y nuestros pies desnudos son conscientes del toque simpatético. Nuestros difuntos, bravos, amadas madres, alegres y felices doncellas, y aún los niños que vivieron aquí y se regocijaron aquí por una breve estación, amarán estas soledades sombrías y, durante la caída de la tarde, ellos recibirán a los tenebrosos espíritus que regresan.

Y, cuando el último Hombre Rojo haya perecido, y la memoria de mi tribu se haya convertido en un mito entre el Hombre Blanco, estas playas estarán repletas de muertos invisibles de mi tribu, y cuando los hijos de sus hijos se crean solos en el campo, la tienda, el taller, en la carretera, o en el silencio de los bosques sin senderos, ellos no estarán solos. En toda la tierra no hay lugar dedicado a la soledad. En la noche, cuando las calles de sus ciudades y pueblos estén silenciosas y ustedes crean que estén desiertas, ellas estarán atestadas con los huéspedes que regresan y que una vez las llenaban y que todavía aman esta hermosa tierra. El Hombre Blanco nunca estará solo.

Que él sea justo y trate amablemente a mi gente, porque los muertos no son impotentes.

El milagro secreto

Y Dios lo hizo morir durante cien
años y luego lo animó y le dijo:
—¿Cuánto tiempo has estado aqui?—Un dia
o parte de un dia— respondió. ALCORAN, II, 261.


La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladik, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un exámen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizás infinito; las piezas y el tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el soñador corría por las arena de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó. Cesaron los estruendos de la lluvia y de los terribles relojes. Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer; las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga.

E1 diecinueve, las autoridades recibieron una denuncia; el mismo diecinueve, al atardecer, Jaromir Hladik fue arrestado. Lo condujeron a un cuartel aséptico y blanco, en la ribera opuesta del Moldau. No pudo levantar uno solo de los cargos de la Gestapo: su apellido materno era Jaroslavski, su sangre era judía, su estudio sobre Boehme era judaizante, su firma dilataba el censo final de una protesta contra el Anschluss. En 1928, había traducido el Sepher Yezirahl para la editorial Hermann Barsdorf; el efusivo catálogo de esa casa había exagerado comercialmente el renombre del traductor; ese catálogo fue hojeado por Julius Rothe, uno de los jefes en cuyas manos estaba la suerte de Hladik. No hay hombre que, fuera de su especialidad, no sea crédulo; dos o tres adjetivos en letra gótica bastaron para que Julius Rothe admitiera la preeminencia de Hladik y dispusiera que lo condenaron a muerte, pour encourager les autres. Se fijó el dia veintinueve de marzo, a las nueve a.m. Esa demora (cuya importancia apreciará después el lector) se debía al deseo administrativo de obra impersonal y pausadamente, como los vegetales y los planetas.

El primer sentimiento de Hladik fue de mero terror. Pensó que no lo hubieran arredrado la horca, la decapitación o el degüello, pero que morir fusilado era intolerable. En vano se redijo que el acto puro y general de morir era lo temible, no las circunstancias concretes. No se cansaba de imaginar esas circunstancias: absurdamente procuraba agotar todas las variaciones. Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer haste la misteriosa descarga. Antes del día prefijado por Julius Rothe, murió centenares de muertes, en patios cuyas formas y cuyos ángulos fatigaban la geometria, ametrallado por soldados variables, en número cambiante, que a veces lo ultimaban desde lejos; otras, desde moy cerca. Afrontaba con verdadero temor (quizá con verdadero coraje) esas ejecuciones imaginarias; cada simulacro duraba unos pocos segundos; cerrado el círculo, Jaromir interminablemente volvia a las trémulas visperas de su muerte. Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perverse infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces; naturalmente, acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos. Miserable en la noche, procuraba afirmarse de algún modo en la sustancia fugitiva del tiempo. Sabia que éste se precipitaba hacia el alba del dia veintinueve; razonaba en voz alta: Ahora estoy en la noche del veintidós; mientras dure esta noche (y seis noches más) soy invulnerable, inmortal. Pensaba que las noches de sueño eran piletas hondas y oscuras en las que podia sumergirse. A veces anhelaba con impaciencia la definitiva descarga, que lo redimiria, mal o bien, de su vana tarea de imaginar. El veintiocho, cuando el último ocaso reverberaba en los altos barrotes, lo desvió de esas consideraciones abyectas la imagen de su drama Los enemigos.

Hladik había rebasado los cuarenta años. Fuera de algunas amistades y de muchas costumbres, el problemático ejercicio de la literatura constitrúa su vida; como todo escritor, medía las virtudes de los otros por lo ejecutado por ellos y pedía que los otros lo midieran por lo que vislumbraba o planeaba. Todos los libros que había dado a la estampa le infundían un complejo arrepentimiento. En sus exámenes de la obra de Boehme, de Abenesra y de Fludd, había intervenido esencialmente la mera aplicación; en su traducción del Sepher Yezirah, la negligencia, la fatiga y la conjetura. Juzgaba menos deficiente, tal vez, la Vindirarión de la eternidad: el primer volúmen historia las diversas eternidades que han ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Parménides hasta el pasado modificable de Hinton; el segundo niega (con Francis Bradley) que todos los hechos del universo integran una serie temporal. Arguye que no es infinita la cifra de las posibles experiencias del hombre y que basta una sola "repetición" para demostrar que el tiempo es una falacia.... Desdicha damente, no son menos falaces los argumentos que demuestran esa falacia; Hladik solía recorrerlos con cierta desdeñosa perplejidad. También había redactado una serie de poemas expresionistas; éstos, para confusión del poeta, figuraron en una antología de 1924 y no hubo antología posterior que no los heredara. De todo ese pasado equívoco y lánguido quería redimirse Hladík con el drama en verso Los enemigos. (Hladik preconizaba el verso, porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte. )

Este drama observaba las unidades de tiempo, de lugar y de acción; transcurría en Hradcany, en la biblioteca del barón de Roemerstadt, en una de las últimas tardes del siglo diecinueve. En la primera escena del primer acto, un desconocido visita a Roemerstadt. (Un reloj da las siete, una vehemencia de último sol exalta los cristales, el aire trae una apasionada y reconocible música húngara.) A esta visita siguen otras; Roemerstadt no conoce las personas que lo importunan, pero tiene la incómoda impresión de haberlos visto ya, tal vez en un sueño. Todos exageradamente lo halagan, pero es notorio—primero para los espectadores del drama, luego para el mismo barón—que son enemigos secretos, conjurados para perderlo. Roemerstadt logra detener o burlar sus complejas intrigas; en el diálogo, aluden a su novia, Julia de Weidenau, y a un tal Jaroslav Kubin, que alguna vez la importunó con su amor. Este, ahora, se ha enloquecido y cree ser Roemerstadt.... Los peligros arrecian; Roemerstadt, al cabo del segundo acto, se ve en la obligación de matar a un conspirador. Empieza el tercer acto, el último. Crecen gradualmente las incoherencias: vuelven actores que paracían descartados ya de la trama; vuelve, por un instante, el hombre matado por Roemerstadt. Alguien hace notar que no ha atardecido: el reloj da las siete, en los altos cristales reverbera el sol occidental, el aire trae una apasionada música húngara. Aparace el primer interlocutor y repite las palabras que pronunció en la prirnera escena del primer acto. Roemerstadt le habla sin asombro; el espectador entiende que Roemerstadt es el miserable Jaroslav Kubin. El drama no ha ocurrido: es el delirio circular que interminablemente vive y revive Kubin.

Nunca se había preguntado Hladik si esa tragicomedia de errores era baladí o admirable, rigurosa o casual. En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el caracter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aún le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad: Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justficarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos dias, Tú de quien son los siglos y el tiempo. Era la última noche, la más atroz, pero diez minutos después el sueño lo anegó como un agua oscura.

Hacia el alba, soñó que se había ocultado en una de las naves de la biblioteca del Clementinum. Un bibliotecario de gafas negras le preguntó: ¿Qué busca? Hladik le replicó: Busco a Dios. El bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras de una de las páginas de uno de los cuatrocientos mil tomos del Clementinum. Mis padres y los padres de mis padres han buscado esa letra; yo me he quedado ciego buscándola. Se quitó las gafas y Hladik vio los ojos, que estaban muertos. Un lector entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, dijo, y se lo dio a Hladik. Este lo abrió al azar. Vio un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente seguro, tocó una de las minimas letras. Una voz ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otorgado. Aqui Hladik se despertó.

Recordó que los sueños de los hombres pertenecen a Dios y que Maimónides ha escrito que son divinas las palabras de un sueño, cuando son distintas y claras y no se puede ver quién las dijo. Se vistió; dos soldados entraron en la celda y le ordenaron que los siguiera.

Del otro lado de la puerta, Hladik había previsto un laberinto de galerias, escaleras y pabellones. La realidad fue menos rica: bajaron a un traspatio por una sola escalera de hierro. Varios soldados, algunos de uniforme desabrochado—revisaban una motocideta y la discutían. El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había que esperar que dieran las nueve. Hladik, más insignificante que desdichado, se sentó en un montón de leña. Advirtió que los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para aliviar la espera, el sargento le entregó un cigarrillo. Hladik no fumaba; lo aceptó por cortesia o por humildad. Al encenderlo, vio que le temblaban las manos. El día se nubló; los soldados hablaban en voz baja como si él ya estuviera muerto. Vanamente, procuró recordar a la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau....

El piquete se formó, se cuadró. Hladik, de pie contra la pared del cuartel, esperó la descarga. Alguien temió que la pared quedara maculada de sangre; entonces le ordenaron al reo que avanzara unos pasos. Hladik, absurdamente, recordó las vacilaciones preliminares de los fotógrafos. Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes de Hladik y rodó lentamente por su mejilla; el sargento vociferó la orden final.

El universo físico se detuvo.

Las armas convergian sobre Hladik, pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro. Hladik ensayó un grito, una silaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más tenue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el inferno, estoy muerto. Pensó estoy loco. Pensó el tiempo se ha detenido. Luego reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento. Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa cuarta égloga de Virgilio. Imaginó que los ya remotos soldados compartían su angustia; anheló comunicarse con ellos. Le asombró no sentir ninguna fatiga, ni siquiera el vértigo de su larga inmovilidad. Durmió, al cabo de un plazo indeterminado. Al despertar, el mundo seguía inmóvil y sordo. En su mejilla perduraba la gota de agua; en el patio, la sombra de la abeja; el humo del cigarrillo que había tirado no acababa nunca de dispersarse. Otro "día" pasó, antes que Hladik entendiera.

Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo germánico, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurriría entre la orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, de la resignacion a la súbita gratitud.

No disponía de otro documento que la memoria; el aprendizaje de cada hexámetro que agregaba le impuso un afortunado rigor que no sospechan quienes aventuran y olvidan párrafos iterinos y vagos. No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía. Minuciosos, inmóvil, secreto, urdió en el tiempo su alto laberinto invisible. Rehizo el tercer acto dos veces. Borró algún símbolo demasiado evidente: las repetidas campanadas, la música. Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún cave, optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel; uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del carácter de Roemerstaaft. Descubrió que las arduas cacofonías que alarmaron tanto a Flaubert son meres supersticiones visuales: debilidades y molestias de la palabra escrita, no de la palabra sonora... Dio término a su drama: no le faltaba ya resolver sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su mejilla. Inició un grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.

Jaromir Hladik murió el veintinueve de marzo, a las nueve y dos minutos de la mañana.

Jorge Luis Borges.

El asesinato considerado como una de las bellas artes

El lector puede recordar que hace algunos años me presenté como un dilettante del asesinato. Quizá dilettante sea una palabra muy fuerte. Conocedor conviene más a los escrúpulos y debilidades del gusto público. Supongo que no hay nada malo en ello, al menos. Un hombre no está obligado a poner sus ojos, sus oídos y su entendimiento en el bolsillo del pantalón cuando se encuentra con un asesinato. Si no está en un estado categóricamente comatoso, supongo que debe notar que un asesinato es mejor o peor que otro, en lo tocante al buen gusto. Los asesinatos tienen sus pequeñas diferencias y matices de mérito, del mismo modo que las estatuas, cuadros, oratorios, camafeos, intaglios, y qué sé yo qué más. Podéis enojaros con un hombre porque habla en exceso o demasiado públicamente (en cuanto al "en exceso", yo lo niego: un hombre nunca puede cultivar su gusto en exceso), pero debéis permitirle pensar, de todos modos. Bien, ¿lo creeréis?; todos mis vecinos supieron de ese pequeño ensayo estético que he publicado. Infortunadamente, sabiendo al mismo tiempo de un club con el que estuve relacionado y de una comida que presidí, ambos tendientes al mismo objeto que el ensayo, o sea: la difusión de un gusto bien asentado entre los súbditos de Su Majestad, inventaron las calumnias más bárbaras contra mi persona. Especialmente, dijeron que yo o que el club (lo que viene a ser la misma cosa) habíamos ofrecido subvenciones a homicidas de buena actuación, con una escala de quitas en caso de cualquier defecto o imperfección, de acuerdo con una tabla publicada para los amigos íntimos. Permitidme decir toda la verdad sobre la comida y el club, y se verá lo malicioso que es el mundo. Pero primero, confidencialmente, permitidme decir cuáles son mis verdaderos principios sobre el asunto en cuestión.

En lo que se refiere a asesinatos, no cometí uno en mi vida. Es cosa bien conocida entre todos mis amigos. Puedo conseguir un certificado para demostrarlo, firmado por un montón de gente. En realidad, si ustedes tocan la cuestión, yo dudo que haya mucha gente capaz de producir un certificado tan fuerte. El mío sería tan grande como un mantel de desayuno. Es cierto que existe un miembro del club que pretende decir que me pilló mostrándome demasiado liberal con su cuello una noche en el club, después que todos se hubieron retirado. Pero observad que él cuenta su historia de acuerdo con su grado de sobriedad. Cuando no va más lejos, se contenta con afirmar que me atrapó poniendo el ojo sobre su pescuezo, y que estuve melancólico durante las semanas siguientes, y que mi voz sonaba de un modo que expresaba, para el delicado oído de un connaisseur, el sentimiento por la oportunidad perdida. Pero todo el club sabe que él mismo es un hombre frustrado. Además, éste es un asunto entre dos aficionados, y todo el mundo debe perdonar las pequeñas asperezas y mentirillas en un caso semejante.

"Pero", diréis vosotros, "si no sois asesino, podéis haber estimulado, o aun encargado, un asesinato".

No, por mi honor, no. Y éste es precisamente el punto que deseaba desarrollar para vuestra satisfacción. La verdad es que soy un hombre muy especial en todo lo relacionado con el asesinato; y quizá llevo mi delicadeza demasiado lejos. El Estagirita, muy justamente, y quizá teniendo en cuenta mi caso, ubicó la virtud en el punto medio entre dos extremos. Una mediocridad brillante seria todo lo que el hombre puede ambicionar. Pero es más fácil decirlo que hacerlo, y siendo notoriamente mi punto débil una excesiva dulzura de corazón, encuentro difícil mantener esa juiciosa línea ecuatorial entre los dos polos del demasiado asesinato, por un lado, y el demasiado poco, por el otro. Creo que si yo manejara las cosas, difícilmente habría un asesinato por año. En realidad, yo estoy con la paz, la tranquilidad y la docilidad.
Una vez un hombre se me presentó como candidato para ocupar el puesto de mi sirviente, entonces vacante. Tenía la reputación de haber incursionado algo en nuestro arte, según algunos no sin mérito. Lo que me alarmó, sin embargo, fue que él suponía que su arte formaba parte de sus deberes regulares en mi servicio, y que me pidió que esto fuera considerado en su salario. Ahora bien, era algo que yo no permitiría, de modo que le dije en seguida: "Richard (o James como podría ser el caso), usted interpreta mal mi carácter. Si un hombre quiere y debe practicar esta difícil (y permitidme que agregue, peligrosa) rama del arte, si siente una vocación irresistible hacia ella, en tal caso, todo lo que yo le digo es que él podría continuar sus estudios tan bien a mi servicio como al de cualquier otro. Y puedo señalar también que no puede causarle daño, ni a él ni al sujeto sobre el cual opere, aceptar los consejos de hombres de mayor gusto que el suyo.
Pero en cuanto a cualquier caso particular, de una vez por todas, no deseo tener nada que ver con él. Nunca me habléis en especial de ninguna obra de arte que estéis meditando. Estoy predispuesto contra ella in toto. Porque si un hombre se permite el asesinato una vez, muy pronto llega a parecerle nada el robo, y de robar pasa a beber y a no respetar la fiesta del Sábado, y de esto a la descortesía y la pereza. Una vez en el camino descendente, uno nunca sabe adónde irá a parar. La ruina de muchos hombres data de uno u otro asesinato, al que quizás en su momento dieron poca importancia. Principiis obsta; ése es mi lema". Tal fue mi discurso, y siempre he actuado de acuerdo con él. Si esto no es ver virtuoso, me alegraría saber qué lo es.
Pero ya es tiempo de que diga unas pocas palabras sobre los principios del asesinato, no con el fin de regular vuestra práctica, sino vuestro discernimiento: las viejas y la chusma de lectores de periódicos se contentan con cualquier cosa, con tal de que sea bastante sangrienta, pero un hombre de espíritu sensible exige algo más. Primero, entonces, hablemos de la clase de persona que mejor se adapta al propósito del asesino; segundo, del lugar del hecho; tercero, de la ocasión y otros pequeños detalles.
En cuanto a la persona, creo que es evidente que debe ser un hombre de bien, porque si no lo fuera podría estar proyectando un asesinato al mismo tiempo, y esas agarradas en las que "el diamante talla al diamante", aunque bastante entretenidas cuando no hay nada mejor a la vista, no son lo que un crítico puede permitirse llamar asesinatos. Podría mencionar algunas personas (no daré nombres) que han sido asesinadas en una callejuela oscura, y hasta ahí todo parecía bastante correcto, pero examinando más detenidamente el asunto el público vino a enterarse de que la misma parte asesinada planeó, en su momento, robar a su asesino por lo menos, y posiblemente hasta matarlo, si hubiera sido lo bastante fuerte. Siempre que sea ése el caso, o que se pueda sospechar que lo es, adiós a todos los genuinos efectos del arte.
Porque el propósito final del asesinato, considerado como una de las bellas artes, es precisamente el mismo de la tragedia, como lo describió Aristóteles: "purificar el corazón por medio de la piedad y el terror". Ahora bien, terror puede haber, pero ¿cómo puede haber piedad alguna para un tigre destruido por otro tigre?
También es evidente que la persona elegida no debería ser un hombre público. Por ejemplo, ningún artista juicioso hubiera intentado asesinar a Abraham Newland. Porque era el caso que todo el mundo había leído tanto sobre Abraham Newland, y tan poca gente lo había visto, que en la opinión general no era otra cosa que una idea abstracta. Recuerdo que una vez, cuando se me ocurrió mencionar que había comido en un café en compañía de Abraham Newland, todos me miraron despecti­vamente, como si hubiera pretendido haber jugado al billar con el Preste Juan o haber sostenido un lance de honor con el Papa. Y dicho sea de paso, el Papa sería una persona muy inadecuada para asesinar, porque posee tal ubicuidad virtual como padre de la Cristiandad y, como el cuco, es tan frecuentemente oído pero nunca visto, que sospecho que la mayoría de la gente lo considera también a él una idea abstracta. Pero ciertamente, cuando un hombre público tiene la costumbre de ofrecer banquetes "con todos los bocados de la estación", el caso es muy distinto: todos están convencidos de que él no es una idea abstracta y, por consiguiente, no puede haber impropiedad en asesinarlo; solamente que su asesinato caerá en una categoría de asesinato de la que no me he ocupado todavía.
Además, el sujeto escogido debe gozar de buena salud; porque es absolutamente bárbaro matar a una persona enferma, que resulta, generalmente, incapaz de soportarlo. En base a este principio, no se debería elegir a un sastre mayor de veinticinco años, porque después de esa edad generalmente es dispéptico. O, al menos, si un hombre debe cazar en ese coto, ha de considerar su deber natural, de acuerdo con la antigua ecuación establecida, asesinar a algún múltiplo de 9, digamos 18, 27 o 36. Aquí, en esta benévola consideración a la comodidad de la gente enferma, observaréis el efecto común de una bella arte para enternecer y refinar los sentimientos. En general, caballeros, el mundo es muy sanguinario, y todo lo que quiere en un asesinato es una copiosa efusión de sangre; un despliegue chillón en este punto es suficiente para ellos. Pero el conocedor ilustrado es más refinado en sus gustos, y el resultado de nuestro arte, como el de todas las otras artes liberales, cuando son dominadas a conciencia, es humanizar el corazón. Tan cierto es, que
Ingenuas didieisse fideliter artes
Emollit mores, nec sinit esse feros.
Un amigo filósofo, bien conocido por su filantropía y bondad, sugiere que el sujeto elegido debería tener también niños que dependan totalmente de su trabajo, a fin de profundizar el pathos. Y verdaderamente, ésta es una precaución juiciosa. Sin embargo, yo no insistiría demasiado vivamente en semejante condición. El estricto buen gusto la sugiere incuestionablemente, pero mientras el hombre sea inobjetable en materia de moral y salud, yo no observaría con celo demasiado cuidadoso una restricción que podría tener el efecto de limitar el campo del artista.
Esto en lo que se refiere a la persona. En lo que hace a la ocasión, el lugar y los instrumentos, tengo muchas cosas que decir, para las que no hay lugar ahora. El buen sentido del practicante lo ha dirigido generalmente a la noche y la intimidad. Sin embargo, no han faltado casos que se desviaron de la regla con efectos excelentes. Con respecto al tiempo, el caso de Mrs. Ruscombe es una hermosa excepción que ya he mencionado, y con respecto tanto al tiempo como al lugar, existe una bella excepción en los anales de Edimburgo (año 1805), familiar a todo niño de esa ciudad, pero que ha sido irresponsablemente defraudada en su debida porción de fama entre los aficionados ingleses. El caso al que me refiero es el del portero de uno de los bancos, que fue asesinado mientras llevaba un saco con dinero, a plena luz del día, a la vuelta de High Street, una de las calles más concurridas de Europa. Y hasta este momento el asesino no ha sido descubierto.

Sed fugit interea, f ugit irreparabile tempus,
Singula dum captí circumvectamur amore.

Thomas de Quincey.